Cuando se habla de ideología se trata de las distintas de formas de ver el mundo, los prismas que nos permiten interactuar con la realidad. Son el cúmulo de pensamientos, ideas, valores que adquirimos durante toda nuestra experiencia de vida. Recordábamos una escena de la novela brasilera Xica Da Silva. Está Xica conversando con una esclava y le cuenta que se entregó en la noche al comendador. Le decía que había sido distinto, que el comendador la había tratado como si fuera una persona. “Ay, no Chica” le contesta la esclava, “Ya te estás volviendo loca: ¿qué es eso de creerse persona, tu no sabes que los esclavos no somos personas?” Traigo a colación este episodio, porque demuestra como ciertos valores se nos meten en la piel de tal forma que difícilmente podemos ver cualquier suceso de la realidad sin que estén permeados por los mismos.
Cuando hablamos de formación ideológica como elemento indispensable para el éxito de un proceso de cambios a nivel social que está en camino, nos olvidamos a veces que esos valores ideológicos que traemos desde nuestra formación, en la casa, la escuela, nuestro barrio, la iglesia, la televisión y un largo etcétera, son como un cemento que pega cada una de nuestras neuronas. La esclava que le habla a Xica está convencida que no es una persona, que los esclavos no son personas, y por supuesto esa forma de pensar la tiene no por mala voluntad ni por ignorancia, sino por un proceso largo de formación que desde que nace se le incrusta en su intelectualidad y más aún, en su sensibilidad. Gracias a esos cementos ideológicos es que se pueden sostener sistemas que vertebralmente son injustos e inhumanos.
¿Cambiar? Suena fácil. Mas no hay reto mayor que el cambio y a la vez cómo emprender la búsqueda de nuevos horizontes con valores e ideas que nos mantienen en el pasado. Evidentemente que no es sólo un problema teórico y si implica una práctica, pero cada vez más una práctica que nos señale el rumbo de lo que anhelamos como objetivo. Es construyendo nuevas formas de relacionarnos, entre nosotros y con la naturaleza, que también adquiriremos y elaboraremos nuevas teorías y nuevos valores.
¿Cómo contribuir en ese proceso de formación? Creo que debemos en primer lugar de alejarnos de los “ladrillos”. Esos textos que de los pies a la cabeza son “marxistasleninistasrevolucionarioscombatientesdelopequeñoburguésetcetcetc”, que además de ser fastidiosos, espantan a la gente y no lo logran sino “convencer a los convencidos” como diría Eduardo Galeano. No, creo que ya tenemos bastante agua bajo el río en ese sentido y está demostrado más que suficiente que por allí no va la cosa. Pienso, debemos tener como imagen a seguir la visión de hombre utópica que queremos realizar. ¿Cuál es el Hombre Nuevo que queremos? Ha de ser, en nuestro humilde modo de ver las cosas, formado e informado, debe poseer conocimientos no por ser una parte de la población privilegiada y debe tener una práctica social que exprese su vida tanto política como espiritualmente, debe ser más que un especialista una persona que vea integralmente la realidad con visiones globales más que parceladas, debe ver que la política está en la ecología, y la ecología en la poesía, y la poesía en la educación, y la educación en la sensibilidad, y la sensibilidad en la política. Debe tener una visión de su localidad y también una visión de su casa el mundo. La solidaridad, los sueños, el servicio, el sentido de pertenencia a una comunidad, son valores que hay que rescatar de un olvido bastante lejano. Ser robinsonianos, es decir hacer de la inventiva nuestra principal herramienta, a riesgo que los falsificadores del discurso nos etiqueten de “pequeñoburgueses” o “reaccionarios”
Por esos caminos nos anotamos en “Cuadernos y caminos”. Y este cuaderno viene con lápiz, sacapunta, y sobre todo con borrador, porque si queremos escribir la historia también debemos de tener siempre cerca un borrador para hacer las correcciones necesarias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario