Nosotros los niños de Venezuela, los niños campesinos que sabemos montar a caballo y ordeñar a las vacas, los niños indígenas que montamos curiaras y somos expertos en el arte de la flecha, los niños negros de barlovento que sabemos cantar, bailar y alegrar al mundo como los hacían nuestros tatarabuelos africanos, los niños de Catia, expertos en la bicicleta y en la patineta y que cantamos rap y de vez en cuando nos escapamos de la escuela para ir a enamorar novias o novios en los pocos parques que tiene nuestra ciudad, los niños llaneros que improvisamos cantos y zapateamos la tierra al igual que nos emocionamos con los crepúsculos atravesados por los desfiles de garzas y corocoras, y en fin, todos los niños diversos y amplios de Venezuela, incluyendo a uno que otro adulto que se han negado a dejar de ser niños, queremos darles un abrazo de solidaridad por los tristes momentos que están pasando creados por un mundo adulto que no entendemos y nos llena de mucha rabia. Muchos de nosotros no sabemos dónde queda Líbano, sobre todo porque en las escuelas donde aprendemos, las clases resultan fastidiosas y preferimos aprender desde lo hermoso que acontece luego del timbre de recreo. Pero cuando vemos fotos en los diarios de ustedes masacrados, heridos o convertidos en cadáveres, nos impresiona y nos llena el corazón de impotencia. Queremos decirles que existe un país que realmente es mundial, que no tiene fronteras que dividan y si puentes para encontrarse. Ese es el país de los niños, al cual pertenecen ustedes y nosotros. Que fácil es para los niños de diversas culturas estar juntos y al poco tiempo compartir y jugar y reinventar el invento más bello del hombre que es la amistad, como dice nuestro poeta Aquiles Nazoa. Los adultos nos dicen estúpidos cuando algo hacemos mal o no cumplimos con una orden sin embargo que estúpida es la guerra del mundo de fronteras y cárceles de los adultos. Así como el mundo de los niños es uno solo, el cielo de los niños también es un solo. Cada uno de ustedes muerto en los bombardeos, de sus heridas brotan flores, mariposas y arco iris de muchos colores, y van directamente a un cielo, donde los esperan los angelitos negros de Andrés Eloy entonando canciones hermosas escritas en un solo idioma universal entendible por cada uno de los niños que lleguen allí. Ni los encumbrados religiosos, ni capitalistas inmorales, ni fabricantes de armas, ni derrumbadores de sueños impedirán que los niños que absurdamente han truncado su vida por misiles se conviertan en bellos hermosos angelitos que cuidarán de la tierra, la paz y de nosotros los niños del mundo. De que manera tan hipócrita dicen desde el mundo de los adultos que somos el futuro de la humanidad, cuando nos masacran o nos dejan mutilados para realizar nuestros juegos con alegría y amor. Nos llenan de odio y rabia, nos convierten abruptamente en adultos frustrados y esclavos de la miseria humana. Qué tristeza verlos a ustedes tirados en las ruinas de sus pueblos luego de los bombardeos, que rabia ver sus rostros de miedo tratando de huir del infierno acompañados por sus madres, que decepción humana verlos sin brazos, o sin piernas acostados en camas de improvisados hospitales de campaña. Son nuestras sus heridas, son nuestras sus muertes, porque los niños pertenecemos a un solo país, a una sola religión y entre nosotros no hay divisiones y si solamente amistad. Desde aquí, desde tierras venezolanas, y junto con los samanes, los delfines, las guacamayas, les pedimos que no desfallezcan en su vida de niños. Que pese al horror que viven conserven la dulce mirada y que la alegría sea la sombra de sus pasos, y que no dejen de luchar por los sueños, por la dignidad que tienen los pueblos oprimidos por encontrar sus caminos propios y que desde aquí tienen unos amigos que les mandan un gran abrazo de fraternidad y un gran grito de protesta contra la estupidez humana.
2006, en tiempo de la invasión de Israel al Líbano.
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